martes, 7 de diciembre de 2010

I. LOS PROPÓSITOS DE LA DEFINICIÓN


El lenguaje es un instrumento muy complicado. En la infancia y muchos de nosotros durante toda nuestra vida, aprendemos el uso adecuado del lenguaje observando e imitando la Conducta  lingüística de la gente con la que nos encontramos y de loS libros que leemos.
Hay circunstancias en que los métodos usuales de observación e imitación ya no bastan y se hace necesaria una instrucción formal, es decir, una explicación deliberada del significado de los términos. Explicar la significación de un término es dar una definición del mismo.
Dar definiciones no es el método fundamental para educar a la gente en el uso y la comprensión correctos del lenguaje; es, más bien, un recurso complementario para llenar las lagunas que ha dejado el método fundamental.
En la conversación o en la lectura, a menudo damos con palabras que no nos son familiares y cuyo significado no queda aclarado por el contexto. Para comprender lo que se dice es menester descubrir lo que las palabras significan; es aquí cuando aparece la necesidad de las definiciones. Un propósito de la definición, por ende, es enriquecer el vocabulario de la persona para la cual se da la definición.
Otro propósito al que puede servir la definición es eliminar la ambigüedad. Quizá la mayoría de las palabras tienen dos, o más, significados o sentidos distintos, pero habitualmente esto no origina ningún inconveniente. En algunos contextos, sin embargo, no está claro el sentido que se pretende dar a una palabra determinada y en estos casos decimos que la palabra es ambigua. En el capítulo precedente hemos analizado los razonamientos falaces que resultan del uso inconsciente de términos ambiguos y los caracterizamos como falacias de equívoco.
Tales razonamientos solo son engañosos si la ambigüedad pasa inadvertida.
Cuando se analiza la ambigüedad, su apariencia persuasiva desaparece y la falacia queda a la vista. Pero, para disipar la ambigüedad necesitamos dar definiciones que expliquen los diferentes significados de la palabra o frase ambigua.
El lenguaje no solamente puede llevar a hacer razonamientos falaces, sino que puede también originar discusiones que son puramente verbales. Algunos desacuerdos aparentes no corresponden a genuinas diferencias de opinión, sino simplemente a usos diferentes de un término. Allí donde la ambigüedad de un término clave ha originado una disputa verbal, a menudo podemos poner fin al desacuerdo señalando la ambigüedad. Logramos esto dando las dos definiciones diferentes del término, de modo que puedan distinguirse claramente los dos significados y quede disipada la confusión.
El segundo propósito de la definición, es eliminar la ambigüedad, tanto para poner de manifiesto las falacias de equívoco como para resolver disputas que son puramente verbales.
Cuando un término necesita aclaración, decimos que es vago. Aclarar el significado de un término equivale a eliminar su vaguedad, lo cual se logra dando una definición del mismo que permita decidir, para cada situación particular, si es o no aplicable en ella. Esta motivación suele confundirse con la segunda que hemos expuesto, debido a que a veces se confunde la vaguedad con la ambigüedad. Pero éstas son dos propiedades totalmente distintas.
Un término es ambiguo en un contexto determinado, cuando tiene dos significados distintos y el contexto no aclara en cuál de ellos se lo usa. En cambio un término es vago cuando hay 'casos límites' tales que es imposible decidir si el término en cuestión se aplica o no a ellos.
Estas 'dificultades' pueden parecer triviales, pero en ciertas circunstancias pueden adquirir gran importancia práctica.
Otra finalidad que podemos perseguir aún al definir un término es formular una caracterización teórica adecuada del objeto al cual deberá aplicársele.
Además de las razones precedentes para definir términos, que son las más importantes, puede haber también otra que conduce a la formulación de 'definiciones' retóricas o persuasivas. La persona que da una 'definición persuasiva' de un término no trata de explicar el significado literal del mismo, sino de gravitar en las actitudes o agitar las emociones de sus lectores u oyentes-de cierta manera definida. Así, una persona puede salir en defensa de un amigo acusado de falta de tacto elogiando la honestidad de su amigo y definiendo 'honestidad' como la actitud de decir la verdad sin consideración de las circunstancias. Aquí, el propósito de la persona en cuestión no es dar una explicación del significado literal de la palabra 'honestidad', sino lograr que sus oyentes transfieran a la conducta de su amigo la valoración emotiva de carácter laudatorio que se adscribe al término 'honestidad'. Su lenguaje no es informativo, sino que funciona expresivamente. El valor emotivo que se quiere transferir no necesita pertenecer inicialmente al término definido, sino que puede estar adscripto a una  palabra usada al formular la definición.

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